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Adriana González (ja, je, ji...) Hässig

por Javier Beltrán

 

Cuenta la leyenda que la vidente y adivina de cabecera de La Recontra debe su título nobiliario de condesa a su sonado casamiento en París con un conde comunista que era dueño de un castillo en ruinas. Cuenta otra leyenda que el título se lo pusieron en México, en la colonia La Condesa, de tanto verla por allá consiguiendo toda suerte de libros de ocultismo, bolas de cristal, imágenes de santos, aguas frescas y tacos. Pero, somos muy pocos (ahora por este escrito, qué paila, muchos) los que sabemos que a esta guapa güera le dieron esa nobleza fue en Choachí, municipio ubicado al oriente de Cundinamarca, departamento también noble y real de Colombia. Allí, en la Avenida La Chiva Cortés, una mañana soleada de mediados de enero de principios de este siglo, el pueblo chiguano la coronó como condesa.

 

Catadora de mieles de abejas, hacedora de sopas y boicoteadora de marcas extranjeras de alimentos, la condesa Adriana González (ja, je, ji...) Hässig siempre podrá dar grandes sugerencias para comer preferiblemente productos hechos en Colombia. En Comapán, por ejemplo, la adoran por llevar tanta clientela a comer panes, galletas y ponqués, asunto que ha dejado muchas veces mamando al pirobo oso Bimbo, es decir, al oso Pirobimbo.

 

Su palabra castellana favorita es "severo"; sus armarios ya no pueden más tocados y sombreros contener. Es cinévora desde que Colombia era territorio Beta, hay muy pocas películas que no haya visto y hay muchas que ella hubiera querido hacer.

 

Noble más allá de su título, alegre genuinamente alegre, la condesa generalmente se la pasa en sus aposentos de Chapinero acompañada por sus gatos Coco y Viridiano —el primer gato intersexual que tuvo este país—, leyéndole el tarot a algún alma dubitativa, haciendo sonar un vinilo de la Sonora Matancera o trabajando en su eternamente próxima novela. 

 

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